enero 22, 2015

A la tercera, fui la vencida

Me acabo de dar cuenta de todo, pero ya no me queda nada. Estoy escribiendo desde la litera de un bajo mientras escucho a mi vecino cantar en otro idioma. En uno que no era el nuestro, bueno el mío, porque tú tampoco me entendiste. Tan solo porque preferí la comodidad del ascensor en vez de la pérdida de tiempo por las escaleras, yo no iba rápido, eras tú el que no avanzaba. Aún recuerdo cuando me quedé encerrada y apareciste cuando ya no necesitaba ayuda. Ni siquiera me dejaste subir arriba para ver las vistas. Eras tú quien tenía vértigo y yo la que volaba alto, pero ahora me han volado y he caído en la cuenta dejando un socavón. Nunca fuimos, siempre dejamos de ser.
De ser vistos de la mano por aquel pueblo casi deshabitado en el que tú me habitabas por placer.
Ya no tengo las llaves de esa casa, ya no te espero al volver de trabajar, ni te mantengo caliente tu lado de la cama para cuando vengas, ni lleno la bañera hasta la mitad.
Que me llenen a mí, de todo menos de cicatrices. Qué fácil resulta curarse cuando llegas a la herida, pero si no que lo cure el tiempo o que se cure al aire. El mismo que ha apagado tus cigarros y me ha cortado los labios. El que queda ahora entre nosotros pero que ya no compartimos, porque partimos, cada uno a su aire. Nosotros que somos signos de tierra, dime por qué no logramos cosechar nada.

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